La primera historia de la literatura bizantina fue la publicada en Múnich
en 1891 por Karl Krumbacher en el Handbuch der klassischen
Altertumswissenchaft IX.1, lo que indicaba la dependencia de la
naciente Bizantinística de la que por aquel entonces se consideraba su hermana
mayor, la Filología Clásica. Se tituló Geschichte der byzantinischen
Literatur von Justinian bis zum Ende des oströmischen Reiches (527-1453) y
vio pronto una segunda edición en Múnich 1897 que contó con la ayuda de Albert
Erhard (para el apartado de la literatura religiosa) y Heinrich Gelzer (con una
panorámica de la historia de Bizancio que empezaba no con Justiniano, sino con
la muerte de Teodosio I en 395). La obra era un vasto proyecto en el que por
primera vez se pasaba reseña exhaustiva a toda la producción escrita bizantina
conocida hasta la fecha con un conocimiento detallado y no sin juicio crítico.
Agrupaba el análisis por géneros literarios y niveles: prosa y verso cultos
primero y literatura vernacular después. Fue traducida ya en 1900 al griego
moderno y recientemente reimpresa en Nueva York, Franklin 1958 (la University of Notre Dame tiene disponible una traducción al inglés en el siguiente <enlace>). Es sin duda un libro fundacional de la disciplina de la
Bizantinística, lleno de información y detalles sobre los que trabajarían
numerosos investigadores en las décadas siguientes.
El progreso de la disciplina y la proliferación de estudios y nuevas
ediciones sobre los textos de la milenaria cultura bizantina (con un volumen
que superaba el legado clásico) hizo necesaria una actualización, que
inevitablemente devino obra colectiva. El primer paso lo dio el profesor
Hans-Georg Beck, que en 1959 publicó en Múnich su Kirche und theologische
Literatur im byzantinischen Reich, también en el marco del Handbuch der
Altertumswissenschaft XII.2.1. Desgajaba así la literatura religiosa
bizantina del resto de la producción considerada profana, estableciendo una
línea divisoria que podía parecer lógica por razones prácticas, ante la
imposibilidad de tratar en una sola obra toda la producción escrita bizantina,
pero que a la larga estableció una dicotomía perniciosa en el análisis de la
producción literaria bizantina, al establecer una línea divisoria entre escritos
religiosos y profanos que se revela hoy inoperante. Esta línea es heredera de
la tradición de la Filología Clásica, que siempre relegó a los autores
cristianos y se negó a incluirlos en el canon académico salvo en la medida en
que sus obras trataran de temas profanos y partieran de presupuestos estéticos
clásicos, un criterio que sigue hoy por ejemplo la colección Gredos, que admite
a un historiador como Agatías (siglo VI), por considerarlo profano, pero no a
otros como Eusebio de Cesarea (siglo IV) o Sócrates de Constantinopla (siglo V)
por ser historiadores de la Iglesia. En realidad la distinción entre profano y
religioso obliga incluso a veces a dividir la obra de un autor en dos bloques o
incluso en valorar cuál de los dos elementos predomina más en un texto
determinado para juzgar su inclusión en uno u otro apartado. Así, por ejemplo,
del mismo modo que a ningún filólogo clásico se le habría ocurrido dividir la
poesía hexamétrica en profana (¿la Odisea?) o religiosa (¿los himnos
homéricos?) en función de su contenido, resulta absurdo analizar desde este
criterio la poesía bizantina, lo que supondría por ejemplo romper la unidad de
la Antología Palatina o no apreciar el tratamiento personal que
muchos líricos bizantinos dan a la religión, convirtiéndola en un hecho
cotidiano (por ejemplo Juan Mauropo o Cristóbal de Mitilene) y que nada tiene
que ver con la poesía litúrgica. Una revisión de la poesía bizantina está
teniendo lugar en estos momentos que parte de presupuestos más integradores y
menos tradicionales. El libro de referencia es sin duda el de Marc D.
Lauxtermann, Byzantine Poetry from Pisides to Geometres, Viena 2003
(Wiener byzantinische Studien 24.1).
libro de Beck sigue siendo todavía hoy el manual de referencia para obtener
datos sobre autores y textos de contenido primordialmente religioso en
Bizancio. Lo que aquí indicamos se refiere únicamente a la incapacidad de
derivar de la lectura del manual de Beck una percepción dinámica e innovadora
de la literatura bizantina. Esto se evidencia aún más con la publicación del
segundo volumen publicado por Beck en el Handbuch der Altertumswissenschaft
(esta vez XII.1.3) su Geschichte der byzantinischen Volksliteratur,
editada en Múnich 1971. Se trata en esta ocasión de un volumen mucho más
reducido en el que se pasa revista a la producción escrita en lengua vulgar a
lo largo del milenio bizantino y, fundamentalmente, a partir del siglo XII.
Nuevamente, la influencia determinante de los presupuestos de la Filología
Clásica, determinaba la selección, en la medida en que las obras escritas en
griego vulgar se apartaban de la lengua clásica y de la tradición antigua y no
podían figurar al mismo nivel que los textos clasicistas. En realidad esta
elección suponía ignorar que los autores bizantinos juntaban en sus mismas
obras registros lingüísticos muy diversos y que era la interacción entre ellos
la que provocaba el goce estético de los lectores. Es más, muchas de las obras
pioneras en el uso del griego vulgar, sobre todo en la época de los emperadores
Comnenos (siglo XII) no usaban los registros bajos de forma absoluta, sino en
combinación con registros muy cultos, reservando por ejemplo el vulgar para los
diálogos y el culto para la narración, con el fin de conseguir un efecto
paródico. La separación de los registros vulgares en un volumen aparte era no
comprender el dinamismo y la complejidad de la literatura bizantina y crear en
ella la percepción de un rígido clasicismo que no se corresponde con la
realidad.
De esta forma, cuando años más tarde un grupo de estudiosos coordinados por
el profesor Herbert Hunger de Viena publicó, también en el Handbuch der
Altertumswissenschaft (XV.5.1-2) los dos volúmenes titulados Die
hochsprachliche profane literatura der Byzantiner, Múnich 1977, no
hizo sino ajustarse al esquema previo de los dos tomos de Beck excluyendo de su
análisis de la literatura bizantina la literatura eminentemente religiosa o la
escrita en lengua vulgar, creando así un concepto de “literatura profana
clasicista” que no sólo era parcial y no daba cuenta del hecho literario
bizantino, sino que sobre todo daba satisfacción a los filólogos clásicos que
querían ver en los bizantinos sólo a aquellos autores que más se asemejaran a sus
modelos antiguos. Pero de este énfasis en la μίμησις bizantina de los
presupuestos clásicos (característico de Hunger y su escuela), se derivaba,
paradójicamente, el desprestigio de toda la producción literaria bizantina: la
imitación se consideraba inferior a la copia. Esta percepción se incrementaba
todavía más porque los dos volúmenes de Hunger analizaban la literatura no por
periodos históricos, sino por los géneros literarios tal como se habían
establecido en la Antigüedad. El resultado era una imagen de inmovilismo de la
producción literaria bizantina, preservadora férrea de los viejos modelos y con
escasas aportaciones estéticas. Justo lo contrario de la realidad, de la mezcla
constante de niveles y registros, de la experimentación y de la ruptura incluso
que caracteriza a buena parte de los grandes escritores bizantinos, cuya obra
aparecía dispersa en los volúmenes de Beck y Hunger entre diferentes apartados.
Hunger marcó un antes y un después en la historia de la Bizantinística al igual
que lo había hecho el de Krumbacher: desde Hunger el nivel de información
disponible sobre la producción escrita bizantina fue considerable y el
investigador pisaba ya un terreno claramente sólido. La escuela de Viena
promovió decenas de estudios sobre el hecho literario bizantino y se convirtió
en referente mundial.
Pero las nuevas perspectivas que estamos señalando (que consideraban que la
literatura bizantina, aunque heredera de la clásica, tenía que ser juzgada en
sus propios términos y que, del mismo que la literatura helenística o imperial,
tenía que liberarse del peso de los autores clásicos), llevaron al gran
bizantinista ruso Alexander Kazhdan a partir de su establecimiento en Estados
Unidos, a proponer una nueva historia de la literatura bizantina que lo fuera
por periodos históricos y en la que se valoraran por igual todos las obras
literarias, por encima de su deuda o no con respecto a los modelos clásicos.
Desgraciadamente, Kazhdan no pudo culminar su propósito y el primer volumen
apareció ya póstumo: A. Kazhdan – Chr. Angelide – L.F. Sherry,A
History of Byzantine Literature 650-850, Atenas 1999. El segundo volumen
apareció años después, basado en los trabajos previos del autor. A. Kazhdan –
Chr. Angelide, A History of Byzantine Literature 850-1000, Atenas
2006. No se sabe cuál será la continuidad del proyecto, que parte de
presupuestos innovadores, pero que presenta también a su vez una serie
limitación. Excluye del estudio las obras que no se consideran literarias, sino
eruditas, partiendo de una concepción moderna de la literatura que no es
necesariamente la bizantina. Como resultado, obras tratadas en el manual de
Hunger (por ejemplo del enciclopedismo macedonio), desaparecen del manual de
Kazhdan. Pese a todo, este proyecto da prioridad al estudio literario de los
textos en función de su época y es un primer paso para la escritura de una
verdadera historia de la literatura bizantina que aún está por escribir.